En CASTRILLO DE MURCIA se conserva otra costumbre, allí exclusiva que
tiene a todas luces un sabor gentilicio. El día del Corpus y en su
Octava, disfrazan a un sujeto de botarga que llaman COLACHO, que lleva
la cara tapada y un rabo de buey en la mano. Todo el mundo tiene derecho
a llenarle de los mayores improperios, injurias e insultos, pero él,
asimismo, lo tiene de arrear un pie de paliza soberano al que coge por
su cuenta. No para en esto la broma, cuando todos están reunidos en
misa, entra el colacho en la iglesia saltando por entre las sepulturas y
las mujeres a las que pega con la cola hasta el Presbiterio. Allí se
queda parado y va remedando las ceremonias que se hacen en la misa, tan
burlescamente que algún párroco se ha querido oponer, aunque
inútilmente, a esta costumbre pagana, porque verdaderamente parece
restos de los juegos de escarnio o burlas de la Edad Media, por la
parodia burlesca de loS oficios eclesiásticos que hacían los zaharrones o
remedadores. Para que se comprenda mejor que es un resto de paganismo
no desterrado en el siglo XX, todas las mujeres que han dado a luz aquel
año, colocan a sus hijos habidos en él encima de un colchón a las
puertas de sus casas Con intención de que el colacho salte por encima de
cada uno, Como lo hace, sin duda, para conjurarle de algún maleficio" Se celebra cada año el domingo siguiente al Corpus Christi. Los bebés
(que son acostados en unos colchones en el suelo) son saltados por el
Colacho que toma impulso para ello, con el consiguiente riesgo. Una vez
hecho eso, piensan los defensores de dicha “tradición”, todos los bebés
quedan limpios del pecado original y ahora tendrán asegurada una vida
menos propensa a las enfermedades y a los espíritus malignos